Compartimos el articulo del Mons. Adalberto Martinez Flores, Obispo de Villarrica; Administrador Apostólico de las FF.AA y Policía Nacional; Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya publicado el domingo 17 de enero del 2021 por el Diario La Nación.

El 2021 ha sido declarado el Año de la Eucaristía por los obispos del Paraguay. Este año está en continuidad con el trienio que incluye el Año de la Palabra de Dios, en el 2020, y el Año del laicado y coherencia de vida en el 2022. Este trienio quiere poner de relieve las tres dimensiones de la misión evangelizadora de la Iglesia: La Palabra, la Celebración y el Testimonio de vida. Son los tres pilares de la evangelización; se implican mutuamente. La misión de la Iglesia necesita trabajar y fortalecer las tres dimensiones, para que la evangelización produzca frutos y que posibilite hacer realidad el Reino de Dios en medio de nuestro pueblo.

Como hilo conductor de estos tres años, hemos tomado el pasaje bíblico de los discípulos de Emaús. Allí se resumen los tres momentos de la evangelización: escucha de la Palabra, la fracción del pan y la misión de salir hacia los hermanos. La Eucaristía no puede entenderse sin la Palabra y el Testimonio de vida. Es la fuente y el culmen de nuestra fe en Cristo que nos habla, lo reconocemos al partir del pan y salimos prontamente hacia la comunidad a testimoniar su resurrección.

Los obispos hemos compartido con toda la comunidad eclesial y con las personas de buena voluntad una carta pastoral para animar este 2021. En este sentido, nos parece oportuno rescatar algunos puntos centrales del citado documento, invitándoles a leerlos y meditarlos, para que se haga vida en nosotros, en nuestras comunidades y en el Paraguay como nación.

La Eucaristía es el sacrificio, que se ofrece una vez por todas, en el que hacemos memoria (cf. Lc 22,19) y se hace actual la entrega del Resucitado, que sufrió y murió por nosotros. En la celebración eucarística, no sólo el pasado se hace actual, también se anuncia y anticipa el futuro en la última venida de Cristo, principio y fin de todo lo creado. Estas verdades nos llenan de esperanza, porque nos recuerdan que no estamos solos. Jesús permanece con nosotros hasta el final de los días (Mt 28,20).

Al comulgar nos unimos al cuerpo de la Iglesia misma, en la comunidad, en la creación, en los más pobres, en todas las situaciones donde están “esos pequeños que son (sus) hermanos” (Mt 25). El cuerpo de Cristo abarca una inmensa red y es una red corporal, no meramente virtual. San Juan, en su primera carta, nos exhorta a vivir la comunión integralmente: “todo el que confiesa que Jesucristo realmente se hizo hombre es de Dios” (1 Jn 4,2) y por ello “si alguien dijera: ‘Amo a Dios’, pero aborrece a su hermano, sería un mentiroso” (1 Jn 4,20). Estar unido al Cuerpo de Cristo en la celebración eucarística es amarlo en la familia, en la comunidad, en la sociedad, en los que sufren. La liturgia del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, es inseparable del servicio en la vida cotidiana y en la acción social.

Cada vez que celebramos la santa misa estamos llamados a hacer realidad el ideal de comunión, como lo hicieron los apóstoles en la primera comunidad: “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Los primeros cristianos compartían los bienes espirituales y también los materiales (cf.2,42-47; 4,32-35).

Este Año de la Eucaristía, en el marco de la crisis social y económica de la pandemia, debe ser un tiempo para acercarnos a vivir lo más posible este gran ideal de la solidaridad, al que el Señor nos convoca a compartir lo que somos y lo que tenemos.

La comunidad es el primer sacramento: escuchando, compartiendo alegrías y penas, participando, ofreciendo nuestros talentos, discerniendo, superando conflictos, practicando el perdón y la reconciliación, vivimos, “somos” el cuerpo de Cristo. Por esto no hay una “eucaristía privada”. Siempre hacemos eucaristía en comunidad para recibir el don de la comunión. La vida comunitaria es el pre-requisito de la celebración eucarística.

En la Última Cena según el evangelista Juan (13,1-20), el servicio es esencial. San Pablo insiste en que la eucaristía sin caridad es una contradicción (cf. 1 Co 11,17-22.27-34). Hoy, en la mesa eucarística, nos comprometemos a edificar una sociedad más equitativa y fraterna donde el amor supera el afán de poder, la justicia supera el afán de tener y la alegría de compartir, supera el afán de acaparar egoístamente.

Este tiempo de pandemia nos hace tomar conciencia que en nuestra sociedad fracturada y polarizada, hay hambres que saciar: el hambre de vida digna, de tierra, techo y trabajo, el hambre de justicia y de paz, de educación y salud, el hambre de ser parte de una comunidad honesta, fraterna, solidaria. El hambre de ser familia, de reconciliación, de diálogo, de respeto, de seguridad. Hay hambre también de sentido de la vida, un hambre insaciable que busca lo incorruptible, lo eterno.

A todos los miembros de la Iglesia y a todos los ciudadanos de buena voluntad, les invito a asumir este Año de la Eucaristía como una oportunidad que nos ofrece Dios, para que aspiremos y trabajemos, en fraternidad y solidaridad, por el logro de la comunión como familia, como nación paraguaya, y que construyamos el bien común para que todos los que habitamos el suelo patrio tengamos vida digna y vida plena en Cristo.

Fuente Diario La Nación

https://www.lanacion.com.py/pais_edicion_impresa/2021/01/17/la-eucaristia-nos-convoca-a-la-comunion-como-nacion/

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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