Reflexión para misa de novenario en Caacupé, (nuestra Señora de los Milagros de Caacupé). 05.12.2020.

En esta tardecita nos reúne la madre de nuestro Salvador para estar en la compañía de su Hijo Jesucristo quien es el autor de los sacramentos. En esta tarde somos invitados a reflexionar sobre la “Eucaristía y el Sacerdocio. La Eucaristía es el núcleo del ministerio sacerdotal.”

Cuando preparaba este tema, me vinieron en mente recuerdos de la infancia relacionados con un profundo sentido de gratitud, en especial hacia en entorno familiar y el de la comunidad y ambiente cristianos que me han tocado vivir/ que nos han tocado vivir. Desde que tengo uso de razón –en la familia–, mis padres siempre han inculcado los valores cristianos, en que desde muy temprano lo han expresado tanto papá y mamá con el ejemplo, con toda naturalidad, en el trabajo, en la práctica de la honestidad, de la solidaridad con los vecinos, en la asistencia a las actividades comunitarias, en a la misa dominical, etc. Todo ello se ha dado en un ambiente de total naturalidad y normalidad. Para nosotros la asistencia a la escuela y a la catequesis, la valoración y el apoyo tanto al sacerdote religioso como a las religiosas del colegio al cual asistía eran totalmente naturales, y de hecho, éstos eran ejemplares para nosotros.

Recuerdo una anécdota ya de juventud, y que por el tema que nos toca reflexionar, lo menciono: Estando ya en los primeros años en el Seminario –en una situación concreta, estando en la casa de mis padres–, llegué a mencionar ciertas críticas hacia un sacerdote conocido a su forma de ser y a su forma de celebrar; en esa ocasión fue mi papá quien, con una fe sencilla, escuetamente me respondía: “yo voy a la Iglesia (a la misa) no solo por el sacerdote sino por el Señor”.

Cuando fui dándome cuenta que el Señor me estaba llamando, estas experiencias normales pero serias de la infancia y de la juventud, han ido definiendo y fortaleciendo lo que a mi vez fui recibiendo y adquiriendo en la Casa de Formación y posteriormente en la experiencia pastoral una vez ordenado sacerdote.

Ya en la infancia era evidente el aprecio y la valoración de la eucaristía y el sacerdocio. Con la formación posterior fue creciendo el aprecio hacia estos dos sacramentos y los otros también.

Paso a un siguiente punto: la Iglesia enseña con suma claridad y con mucha profundidad que “los Presbíteros, […] en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (cf. Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino. […] Pero su oficio sagrado lo ejercen, sobre todo, en el culto o asamblea eucarística, donde, obrando en nombre de Cristo y proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza y representan y aplican en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor (cf. 1 Co 11,26), el único sacrificio del Nuevo Testamento, a saber: el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre, una vez por todas, como hostia inmaculada (cf. Hb 9,11-28).[1]

En otro documento (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros) presentado por Benedicto XVI en el año 2013 resume con claridad la esencia de la vida presbiteral diciendo: Si bien el ministerio de la Palabra es un elemento fundamental en la labor sacerdotal, el núcleo y centro vital es, sin duda, la Eucaristía […].”

Sigue diciendo Benedicto XVI: “La Eucaristía […] es el medio y el fin del ministerio sacerdotal, ya que «todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado están íntimamente trabados con la Eucaristía y a ella se ordenan». El presbítero, consagrado para perpetuar el Santo Sacrificio, manifiesta así, del modo más evidente, su identidad.

De hecho, existe una íntima unión entre la primacía de la Eucaristía, la caridad pastoral y la unidad de vida del presbítero: en ella encuentra las señales decisivas para el itinerario de santidad al que está específicamente llamado.

Si el presbítero presta a Cristo —Sumo y Eterno Sacerdote— la inteligencia, la voluntad, la voz y las manos para que mediante su propio ministerio pueda ofrecer al Padre el sacrificio sacramental de la redención, deberá hacer suyas las disposiciones del Maestro y como Él, vivir como don para sus hermanos. Consecuentemente deberá aprender a unirse íntimamente a la ofrenda, poniendo sobre el altar del sacrificio la vida entera como un signo claro del amor gratuito y providente de Dios.”[2]

¡Miren, qué desafío enorme tenemos los sacerdotes ordenados para corresponder a la misión recibida en la ordenación: prestar nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestra voz y nuestras manos a Cristo; para ello, debemos asumir las indicaciones de Jesucristo, vivir como Él; es decir, vivir como un regalo para los demás, para los hermanos! Me pregunto: ¿Honramos con nuestra entrega esta misión recibida? ¿Prestamos al Señor nuestra inteligencia? ¿Prestamos nuestra voluntad, nuestra voz y nuestras manos? ¿Nos entregamos totalmente a Él a través de los hermanos? ¿Somos un don para los demás? ¿Somos un regalo para los demás?

O de lo contrario, ¿nos convertimos en personas /sacerdotes mediocres en el estudio, en el trabajo, en transmitir su mensaje…? Al ser ordenados son consagradas nuestras manos con el óleo sagrado para bendecir: ¿tomamos conciencia de este gran don? ¿Empleamos nuestras manos como las manos de Cristo?

Por otro lado, hace un gran bien, tiene un valor incalculable y aporta mucho a la santificación del propio sacerdote la celebración diaria de la eucaristía, de una eucaristía celebrada con esmero, con piedad, con devoción y gran convicción, de una celebración en momentos difíciles y en momentos felices, cuando hay participación de fieles o incluso cuando no la hay. Pensamos de manera particular en este tiempo de pandemia (celebramos en muchas ocasiones sin la participación de los fieles).

Es necesario que la vida de un sacerdote debe convertirse en una eucaristía: que es un manifestarse en el amor al sacrificio diario, en manera especial en el cumplimiento de los deberes que nos corresponden al ser sacerdotal.

Un punto muy positivo, que se ha instalado en estos últimos años y ha ido ganando difusión y participación es la adoración eucarística en diversas parroquias y capillas de distintas diócesis no sólo del sacerdote, sino la de la participación de la adoración del Señor en el Sagrario de la comunidad cristiana. Para ello citando una vez más al Papa Benedicto XVI, los sacerdotes nos vemos confrontados con un gran compromiso cuando menciona:

El presbítero debe mostrarse modelo del rebaño también en el devoto cuidado del Señor en el sagrario y en la meditación asidua que hace ante Jesús Sacramentado. Es conveniente que los sacerdotes encargados de la dirección de una comunidad dediquen espacios largos de tiempo para la adoración en comunidad — por ejemplo, todos los jueves, los días de oración por las vocaciones, etc. —, y tributen atenciones y honores, mayores que a cualquier otro rito, al Santísimo Sacramento del altar, también fuera de la Santa Misa.”[3]

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor, el tema que hoy se nos propone lo podemos contrastar también con las lecturas que hoy fueron proclamadas. En esta situación tan particular, tan apremiante en nuestro país y el mundo entero causada por la pandemia, confiemos en el Señor, quien nunca nos abandona, nunca ha roto su alianza pero insiste en la perseverancia y la constancia, en el cuidado y respeto de las indicaciones que nos hacen las autoridades competentes. Para ello conviene tener en cuenta la segunda lectura cuando se nos dice: “no pierdan de vista una cosa: para el Señor un días es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan.”

Les animo a todos a poner nuestras penas y alegrías bajo la intercesión de nuestra Madre, la Virgen de los Milagros de Caacupé que quiere la salud de todos sus hijos, la santidad de todos sus hijos, la honestidad de todos sus hijos, la conversión de todos sus hijos;

Tenemos la certeza de que el Señor no nos abandona. Volvamos a concentramos a la primera lectura escuchada de Isaías: “Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.”

Tenemos otra invitación que la podemos entresacar del Evangelio de Marcos que hemos escuchado, y esta invitación no es sólo para los sacerdotes ordenados sino para todos los que hemos recibido el sacerdocio bautismal: preparemos el camino, saquemos todos los obstáculos que impiden que el Señor se acerque a nosotros, que el Señor se acerque a su pueblo. Quitemos de en medio nuestro todo abuso, toda corrupción, toda maldad, todo odio, todos los robos, los crímenes; mas bien, defendamos la verdad, la vida desde la concepción hasta la muerte natural, defendamos a las familias, defendamos a los que sufren, estemos más a lado de aquellos que gritan a Dios, de aquellos que no tienen voz, etc.

Les invito, una vez más, pedir la intercesión de la Virgen María, la Virgen de los Milagros de Caacupé, que proteja a nuestras familias, que las familias sean un ambiente en que se aprenda los valores cristianos, lo sagrado y todo aquello que nos identifique más con el Señor.

Que este tiempo de Adviento sea un momento de preparación de nuestros corazones para que Jesús encuentre un lugar bien preparado y un corazón bien dispuesto a recibirlo y recibiéndolo lo celebremos con nuestra vida, con nuestra entrega.

Que así sea.

 

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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