Homilía del Mons. Adalberto Martinez Flores

Saludamos a todos los queridos fieles  de la Diócesis de Villarrica del Espíritu Santo (Guairá y Caazapá), del Obispado de las Fuerza Armadas de la Nación y la Policía Nacional. Les representan las imágenes de la Virgen de la Asuncion Maríscala de las FFAA, la Virgen del Soldado y Santa Rosa de Lima Patrona de la Policía Nacional del Paraguay.  Así también, saludamos a todos los pacientes  renales y al personal de la familia del Albergue “El Buen Samaritano” del Hospital Nacional de Itaugua. Les saludamos  a todos ustedes hermanos y hermanas  presentes en la Basílica Santuario de Caacupe y en las distintas plataformas de comunicación en  esta Santa Misa celebrada.

Hermanas y hermanos:

Ante la Madre de Dios, Tupasy Caacupé, cantamos con el salmista: “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor, que lo oigan los humildes y se alegren… Y él nos responde para librarnos de todos nuestros temores”.

En todo tiempo alabamos al Señor, incluso en las buenas y en las malas, tiempos de bonanzas y tiempos de pandemia, porque su misericordia es grande.

La eucaristía es fuente de nuestra alegría porque realiza en nosotros la comunión con Dios y con los hermanos, aun en estas difíciles circunstancias de distanciamiento social, que requiere mayor responsabilidad de cuidado mutuo entre nosotros. No debemos bajar la guardia.

En efecto, la situación que vivimos como consecuencia de la enfermedad del coronavirus, que nos lleva a celebrar la eucaristía con la limitación de la presencia física en la casa de nuestra Madre, es una invitación a una gran comunión espiritual entre todos los paraguayos.

En cualquier rincón del país, a través de diversos medios, en el seno de las familias, en la comunidad, en las capillas y parroquias, al participar de la eucaristía, al partir y compartir el único pan, que es el Cuerpo de Cristo, todos formamos un solo cuerpo, somos un solo pueblo.

Precisamente, la pandemia ha sido una oportunidad para que el pueblo paraguayo saque a relucir su sentido de projimidad y de solidaridad para partir y compartir del pan con los hermanos más necesitados, por medio de múltiples muestras de compromiso y generosidad.

En este contexto, me permito destacar, reconocer y agradecer el servicio sacrificado de todo el personal sanitario; de las fuerzas policiales y militares; de las parroquias, con sus sacerdotes y agentes de pastoral, así como de los voluntarios; no podemos olvidar a los comunicadores, periodistas, camarógrafos, cronistas, en fin agradecemos todos aquellos que han puesto su vida en riesgo por amor a los demás.

Ser cristiano significa “ser portador de Cristo”, escuchando su palabra, poniéndolas por obra, participando de la eucaristía, alimentándonos de Él, e imitando su ejemplo de profundo amor por los hermanos, sobre todo por los más pequeños, los niños, los ancianos, los enfermos, los indígenas y por los que sufren y carecen de los bienes y servicios esenciales para una vida digna.

Jesús nos dice que, Él vive por el Padre que le envió; así también, comulgar, comer su Cuerpo en la eucaristía necesariamente debe llevarnos a vivir por Él, con Él y como Él. Esto tiene consecuencias y exigencias concretas en la vida del cristiano.

Comulgar el cuerpo de Cristo tiene como consecuencia inmediata la necesidad de reconocernos parte de una comunidad que debe vivir el mandato del amor: amor a Dios y amor al prójimo. Los dos rieles fundamentales para transitar y orientar el tren de nuestras vidas.  Dos rieles que se hacen un solo riel, un camino. El amor al prójimo es la prueba de que amamos a Dios, porque nadie puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama al prójimo a quien ve.

Y el amor al prójimo necesita traducirse en acciones y en gestos concretos. Tiene exigencias en la vida cotidiana, en la coherencia de vida, en el amor a la familia, en el compromiso comunitario, en la lucha por el bien común.

La Iglesia enseña que la eucaristía necesariamente debe llevar a un compromiso con los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre del Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos.

San Juan Crisóstomo afirma: “Si quieres honrar el cuerpo de Cristo, no lo desprecies cuando está desnudo; no honres a Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidas a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez.” Al prójimo lo debemos  arropar con misericordia como lo haríamos con el Señor.

Cuerpo de Cristo en los niños, jóvenes y adultos con tanto dolor los vemos llagado y lacerado víctimas de adicciones de todo tipo de drogas, y cuya dignidad ha sido usurpada por el crimen organizado que se enriquece a costa de los daños y del sufrimiento social causado, especialmente en los vulnerables.

El  tráfico de drogas en una pandemia que destruye, que inutiliza, que mata a miles de niños, jóvenes  adultos, que cayeron infectados por ese virus mortal y que produce mucho dolor comunitario y familiar. El tráfico de drogas es un pecado muy grave. No se puede tolerar porque ofende a Dios y pone a quienes lo trafican fuera de la voluntad del Padre. El Papa Francisco ha dicho con toda claridad que «los mafiosos se fingen cristianos, pero de cristiano no tienen nada. Llevan la muerte en el alma y la dan a otros».

Exhortamos que las autoridades gubernamentales competentes sigan trabajando, como lo están haciendo para erradicar totalmente el flagelo del tráfico de las mercaderías de muerte, los panes contaminados de muerte y destrucción de tejido social, sicologico y moral de la nación. Las drogas ilícitas, cuyos réditos económicos se han filtrado en los distintos estamentos de la sociedad. A esto se agrega el tráfico de dinero, de fondos generados en actividades ilícitas e ilegales; etiquetado como lavado de dinero y con agravantes de evasiones y evasores en el territorio nacional. También exhortamos a las autoridades competentes sobre lavados,  a seguir luchando, como lo están haciendo, para sanear estas pandemias de ilícitos y formalizar la economía nacional de estas corrupciones que aumenta más la brecha de inequidad existente en el país.

El virus de la corrupción es causa de grandes males para el Paraguay pues carcome los recursos que son esenciales para el desarrollo integral y el bienestar de la gente.

El compromiso es de todos, sea dónde estemos y el oficio que realicemos, o el cargo que ocupemos en la vida pública, privada religiosa, comercial, para evitar y frenar la metástasis del tumor de la corrupción. Eviten la idolatría…San Pablo a los Cor. 10. La idolatría del dinero, poder y placer. El que practica la corrupción, sirve al demonio y a sus obras. No a Dios.

Combatir decididamente la corrupción, luchar contra la impunidad, anteponer la dignidad de la persona humana a cualquier intento de subordinarla a intereses económicos, políticos o ideológicos requiere de una profunda conversión personal, eclesial y social.

Honrar el Cuerpo de Cristo es proteger a los menores y personas vulnerables de la pandemia de los abusos y maltratos que ha aumentado considerablemente durante los meses de cuarentena, y sucedidos en el entorno de los núcleos familiares.

La Iglesia en el Paraguay está comprometida con ese propósito en todas las diócesis, en estrecha colaboración con las congregaciones y movimientos eclesiales.

Honrar el Cuerpo de Cristo es respetar la vida y la libertad de las personas. La vida es santa y sagrada desde el vientre materno en todas las etapas del ser humano. En este sentido, recordamos a los secuestrados, Edelio Morinigo, Félix Urbieta y Oscar Denis, en el norte del país y a sus familiares. En nombre de Cristo, levantamos nuestra mirada el cielo y rogamos, pedimos, exigimos: ¡liberen a los secuestrados!

La Iglesia no puede estar ajena al clamor del pueblo por una vida más digna. El Magisterio enseña que el servicio de la caridad es una dimensión esencial en la misión de la Iglesia.

Escuchar la palabra de Dios debe hacernos arder el corazón; al partir y compartir el pan reconocemos al Señor y, como consecuencia, inmediatamente nos ponemos en camino al encuentro de los hermanos, de la comunidad (cfr. Lc 24, 27-33).

El pueblo paraguayo se declara, en mayoría, católico. Esta realidad interpela la evangelización de la Iglesia, que ha asumido tres años de opción pastoral para acompañarlo en el crecimiento de su fe: La Palabra (2020); la Eucaristía (2021) y el Laicado y coherencia de vida (2022).

El Paraguay enfrenta grandes desafíos presentes y futuros que requieren de los cristianos un gran sentido de compromiso, de responsabilidad y de comunión en torno a valores y virtudes que permitan el logro del bien común de la nación.

Nuestra fe en Cristo, la escucha de su palabra y la comunión de su Cuerpo en la Eucaristía no puede dejarnos indiferentes frente al sufrimiento del prójimo; esto requiere trabajar la cultura del encuentro, del diálogo, salir de nuestro egoísmo y de nuestras seguridades particulares para encontrar consensos, que permitan reducir la inequidad estructural, combatir la corrupción pública y privada, y hacer posible que todos los que habitan el suelo patrio puedan acceder a una vida digna, a una vida plena.

Finalmente, en este contexto de pandemia, es una exigencia del amor cristiano seguir poniendo todo nuestro empeño y nuestro esfuerzo para reducir los contagios y mitigar la propagación de la enfermedad, que ya ha causado tanto dolor y luto.

Con el lema “todo Paraguay es Caacupé”, consagramos, una vez más, los destinos de nuestro país y de nuestro pueblo, al amparo y la protección de la Virgen, la Inmaculada Concepción, Tupasy Caacupé.

Dios, en su infinita misericordia, bendiga al Paraguay.

Así sea.

En este link podrás encontrar el vídeo de la Homilía:

https://www.youtube.com/watch?v=d19xPERfpbo&feature=youtu.be

3 de diciembre del 2020

Mons. Adalberto Martínez Flores

Obispo de Villarrica del Espíritu Santo

Administrador Apostolico de las FFAA y PN

 

 

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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