“PACTO EDUCATIVO GLOBAL. JUNTOS PARA MIRAR MÁS ALLÁ”

Queridos hermanos y hermanas:
Cuando los invité a iniciar este camino de preparación, participación y planificación
de un pacto educativo global, no imaginábamos la situación en la que se
desarrollaría: el Covid ha acelerado y amplificado muchas de las urgencias y
emergencias que habíamos constatado, y ha manifestado muchas otras. A las
dificultades sanitarias se sumaron después las económicas y sociales. Los sistemas
educativos de todo el mundo han sufrido la pandemia tanto a nivel escolar como
académico.

En todas partes se ha intentado activar una respuesta rápida a través de
plataformas educativas informatizadas, que han mostrado no sólo una marcada
disparidad en las oportunidades educativas y tecnológicas, sino también, debido al
confinamiento y muchas otras deficiencias existentes, muchos niños y adolescentes
se han quedado atrás en el proceso natural de desarrollo pedagógico. Según
algunos datos recientes de organismos internacionales, se habla de una “catástrofe
educativa” —es un poco fuerte, pero se habla de una “catástrofe educativa”—, ante
los aproximadamente diez millones de niños que podrían verse obligados a
abandonar la escuela a causa de la crisis económica generada por el coronavirus,
aumentando una brecha educativa ya alarmante —con más de 250 millones de
niños en edad escolar excluidos de cualquier actividad educativa—.

Ante esta dramática realidad, sabemos que las medidas sanitarias necesarias serán
insuficientes si no van acompañadas de un nuevo modelo cultural. Esta situación
ha hecho incrementar la conciencia de que se debe realizar un cambio en el modelo
de desarrollo. Para que respete y proteja la dignidad de la persona humana, debe
partir de las oportunidades que la interdependencia mundial ofrece a la comunidad
y a los pueblos, cuidando nuestra casa común y protegiendo la paz. La crisis que
atravesamos es una crisis global, que no se puede reducir ni limitar a un único
ámbito o sector.

Es general. El Covid ha hecho posible reconocer de forma global
que lo que está en crisis es nuestro modo de entender la realidad y de relacionarnos.
En este contexto, vemos que no son suficientes las recetas simplistas o los vanos
optimismos. Conocemos el poder transformador de la educación: educar es apostar
y dar al presente la esperanza que rompe los determinismos y fatalismos con los
que el egoísmo de los fuertes, el conformismo de los débiles y la ideología de los
utópicos quieren imponerse tantas veces como el único camino posible1.
Educar es siempre un acto de esperanza que invita a la coparticipación y a la
transformación de la lógica estéril y paralizante de la indiferencia en otra lógica
distinta, capaz de acoger nuestra pertenencia común.

Si los espacios educativos
hoy se ajustan a la lógica de la sustitución y de la repetición; y son incapaces de
generar y mostrar nuevos horizontes, en los que la hospitalidad, la solidaridad
intergeneracional y el valor de la trascendencia construyan una nueva cultura, ¿no
estaremos faltando a la cita con este momento histórico?

También somos conscientes de que un camino de vida necesita una esperanza
basada en la solidaridad, y que cualquier cambio requiere un itinerario educativo,
para construir nuevos paradigmas capaces de responder a los desafíos y
emergencias del mundo contemporáneo, para comprender y encontrar soluciones
a las exigencias de cada generación y hacer florecer la humanidad de hoy y de
mañana.

Creemos que la educación es una de las formas más efectivas de humanizar el
mundo y la historia. La educación es ante todo una cuestión de amor y
responsabilidad que se transmite en el tiempo de generación en generación.
Por tanto, la educación se propone como el antídoto natural de la cultura
individualista, que a veces degenera en un verdadero culto al yo y en la primacía de
la indiferencia. Nuestro futuro no puede ser la división, el empobrecimiento de las
facultades de pensamiento e imaginación, de escucha, de diálogo y de comprensión
mutua. Nuestro futuro no puede ser este.

Hoy es necesario un nuevo periodo de compromiso educativo, que involucre a todos
los componentes de la sociedad. Escuchemos el grito de las nuevas generaciones,
que manifiesta la necesidad y, al mismo tiempo, la oportunidad estimulante de un
renovado camino educativo, que no mire para otro lado, favoreciendo graves
injusticias sociales, violaciones de derechos, grandes pobrezas y exclusiones
humanas.

Se trata de un itinerario integral, en el que se salga al encuentro de aquellas
situaciones de soledad y desconfianza hacia el futuro que generan depresión,
adicciones, agresiones, odio verbal, fenómenos de intimidación y acoso entre los
jóvenes. Un camino compartido, en el que no se permanezca indiferentes ante el
flagelo de la violencia y el maltrato de menores, el fenómeno de las niñas esposas
y de los niños soldados, la tragedia de los menores vendidos y esclavizados. A esto
se suma el dolor por el “sufrimiento” de nuestro planeta, provocado por una
explotación sin inteligencia y sin corazón, que ha generado una grave crisis
medioambiental y climática.

En la historia hay momentos en los que es necesario tomar decisiones
fundamentales, que no sólo dan una impronta a nuestra forma de vida, sino sobre
1 Cf. M. De Certeau, Lo straniero o l’unione nella differenza, Vita e Pensiero, Milán 2010, 30.

todo una determinada posición ante posibles escenarios futuros. En la actual
situación de crisis sanitaria —llena de desánimo y desconcierto—, consideramos
que es el momento de firmar un pacto educativo global para y con las generaciones
más jóvenes, que involucre en la formación de personas maduras a las familias,
comunidades, escuelas y universidades, instituciones, religiones, gobernantes, a
toda la humanidad.

Hoy se requiere la parresia necesaria para ir más allá de visiones extrínsecas de los
procesos educativos, para superar las excesivas simplificaciones aplanadas sobre
la utilidad, sobre el resultado —estandarizado—, sobre la funcionalidad y la
burocracia que confunden educación con instrucción y terminan destruyendo
nuestras culturas; más bien se nos pide que busquemos una cultura integral,
participativa y multifacética. Necesitamos valentía para generar procesos que
asuman conscientemente la fragmentación existente y los contrastes que de hecho
llevamos con nosotros; la audacia para recrear el tejido de las relaciones a favor de
una humanidad capaz de hablar el lenguaje de la fraternidad. El valor de nuestras
prácticas educativas no se medirá simplemente por haber superado pruebas
estandarizadas, sino por la capacidad de incidir en el corazón de una sociedad y
dar nacimiento a una nueva cultura. Un mundo diferente es posible y requiere que
aprendamos a construirlo, y esto involucra a toda nuestra humanidad, tanto personal
como comunitaria.

Hacemos un llamamiento de manera particular a los hombres y las mujeres de
cultura, de ciencia y de deporte, a los artistas, a los operadores de los medios de
comunicación, en todas partes del mundo, para que ellos también firmen este pacto
y, con su testimonio y su trabajo, se hagan promotores de los valores del cuidado,
la paz, la justicia, la bondad, la belleza, la acogida del otro y la fraternidad. «No
tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un
espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y
transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las
sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra
esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de
los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos» (Carta enc. Fratelli tutti,
77). Un proceso plural y multifacético capaz de involucrarnos a todos en respuestas
significativas, donde la diversidad y los enfoques se puedan armonizar en la
búsqueda del bien común. Capacidad para crear una armonía: esto es lo que
necesitamos hoy.

Por estos motivos nos comprometemos personal y conjuntamente a:
— Poner en el centro de todo proceso educativo formal e informal a la persona, su
valor, su dignidad, para hacer sobresalir su propia especificidad, su belleza, su
singularidad y, al mismo tiempo, su capacidad de relacionarse con los demás y con
la realidad que la rodea, rechazando esos estilos de vida que favorecen la difusión
de la cultura del descarte.

— Segundo: Escuchar la voz de los niños, adolescentes y jóvenes a quienes
transmitimos valores y conocimientos, para construir juntos un futuro de justicia y
de paz, una vida digna para cada persona.
— Tercero: Fomentar la plena participación de las niñas y de las jóvenes en la
educación.
— Cuarto: Tener a la familia como primera e indispensable educadora.
— Quinto: Educar y educarnos para acoger, abriéndonos a los más vulnerables y
marginados.
— Sexto: Comprometernos a estudiar para encontrar otras formas de entender la
economía, la política, el crecimiento y el progreso, para que estén verdaderamente
al servicio del hombre y de toda la familia humana en la perspectiva de una ecología
integral.
— Séptimo: Salvaguardar y cultivar nuestra casa común, protegiéndola de la
explotación de sus recursos, adoptando estilos de vida más sobrios y buscando el
aprovechamiento integral de las energías renovables y respetuosas del entorno
humano y natural, siguiendo los principios de subsidiariedad y solidaridad y de la
economía circular.

Queridos hermanos y hermanas: En definitiva, queremos comprometernos con
valentía para dar vida, en nuestros países de origen, a un proyecto educativo,
invirtiendo nuestras mejores energías e iniciando procesos creativos y
transformadores en colaboración con la sociedad civil. En este proceso, un punto
de referencia es la doctrina social que, inspirada en las enseñanzas de la
Revelación y el humanismo cristiano, se ofrece como base sólida y fuente viva para
encontrar los caminos a seguir en la actual situación de emergencia.

Tal inversión formativa, basada en una red de relaciones humanas y abiertas, debe
garantizar el acceso de todos a una educación de calidad, a la altura de la dignidad
de la persona humana y de su vocación a la fraternidad. Es hora de mirar hacia
adelante con valentía y esperanza. Que nos sostenga, por tanto, la convicción de
que en la educación se encuentra la semilla de la esperanza: una esperanza de paz
y de justicia. Una esperanza de belleza, de bondad; una esperanza de armonía
social.

Recordemos, hermanos y hermanas, que las grandes transformaciones no se
construyen en el escritorio. Hay una “arquitectura” de la paz en la que intervienen
las diversas instituciones y personas de una sociedad, cada una según su propia
competencia, pero sin excluir a nadie (cf. ibíd., 231). Así tenemos que seguir: todos
juntos, cada uno como es, pero siempre mirando juntos hacia adelante, hacia esta
construcción de una civilización de la armonía, de la unidad, donde no haya lugar
para esta virulenta pandemia de la cultura del descarte.

Gracias.

Aquí Puedes leer el documento completo

Videomensaje del Santo Padre Francisco PACTO EDUCATIVO GLOBAL

Aquí puedes ver el vídeo del mensaje.

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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