“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mateo 11, 28).

Queridos hermanos:

El centenario del nacimiento de San Juan Pablo II, que siendo Papa nos visitó hace 32 años, coincide con la ocasión de este mensaje pastoral. Recordamos de su ministerio y de su magisterio su fe convencida y firme, que con voz potente nos decía: “No tengan miedo”, “Abran de par en par las puertas a Cristo” (cf. Homilía de inicio del Pontificado de Juan Pablo II, 22.10.1976). El Papa Juan Pablo II, nos visitó para confirmarnos en la fe, la esperanza y la caridad, animándonos a no desistir del sueño y del compromiso de un Paraguay reconciliado y fraterno.

Han pasado meses desde la declaración de la pandemia de covid-19 y sabemos que el final no será pronto. El cansancio, el miedo a la enfermedad, la angustia por el pan cotidiano, el hastío por la corrupción, el sentimiento de inseguridad y de vulnerabilidad de nuestro modo de vivir hasta hoy, acompañan a las muchas preguntas que surgen frente al presente y al futuro próximo. Elevamos juntos nuestras plegarias, para que, desde la solidaridad internacional y nacional, se puedan ofrecer soluciones científicas, técnicas, económicas y administrativas, para sostener la vida, proteger la convivencia y abrir nuevos y mejores caminos para la humanidad.

En un nuevo contexto social y político, así como eclesial, los Obispos de nuestra Iglesia Católica en Paraguay, solidarios en esta adversidad, creemos que este es el momento para actualizar lo que San Juan Pablo II nos dijo, valorando nuestra cultura: “El pueblo cristiano del Paraguay saldrá airoso de las pruebas y desafíos si sabe actualizar su fe con la luz del Evangelio en la animación integral de la vida individual, familiar y ciudadana” (Homilía en Encarnación, 18 de mayo de 1988). Las acciones pastorales que queremos brindar nacen de la fe y la caridad en Cristo, que orientan nuestro modo de vivir como cristianos.

  1. Avivemos la esperanza, no el miedo

La enfermedad que nos amenaza despierta temor, genera rechazo, hostigamiento y situaciones de discriminación. Como cristianos debemos ser prudentes, buscar la sabiduría, escuchar el consejo de los médicos y protegernos. Pero más aún, debemos renovar nuestro compromiso con Cristo en cada enfermo, con el prójimo que está solo, en condiciones vulnerables, lejos de su casa y de su familia. La distancia preventiva debe transformarse en cercanía y compasión con el que sufre. No temamos lo que puede matar o enfermar nuestro cuerpo (cf. Mateo 10, 28). Temamos perder lo más valioso, la fraternidad de los hijos de Dios y la integridad moral.

Para fortalecer la esperanza debemos apoyarnos más fuertemente en la fe y en el amor, que nos humaniza y nos mueve a hacer el bien (Cf. Juan Pablo II, Despedida, 18.05.1988). Juntos somos fuertes, nadie se salva en soledad. Avivemos la firme esperanza de que pasaremos juntos esta gran prueba.

  1. Saquemos fuerza de la debilidad, para atender con hospitalidad a los más vulnerables

Las iniciativas y las acciones para preparar los centros de atención para los enfermos y los centros de cuarentena preventiva son muchas y agradecemos los esfuerzos de todos. Pero al igual que en el caso de países hermanos con más recursos, tenemos que considerar, que podríamos eventualmente vernos superados. Nunca se está del todo preparado y no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor llame a nuestra puerta (cf. Mateo 24, 36).

Nuestra fortaleza cristiana se manifiesta en la capacidad de atender y cuidar al extraño, al abandonado, al visitante, al necesitado, compartiendo lo que tenemos, aunque sea poco. Juan Pablo II nos describe como un pueblo noble, sufrido, alegre y valiente, que supera las adversidades, acogedor y hospitalario (cf. Juan Pablo II, 16.05.1988). Los recursos pueden ser insuficientes, pero no debe agotarse nuestra hospitalidad porque es una de nuestras virtudes (Cf. Papa Francisco 12.07.2015).

  1. Sostengamos la valentía de la solidaridad, cuidemos las familias y la educación

Muchos hermanos han perdido sus medios de sustento y no pueden sostener a sus familias. La economía entra en una fase de recesión. Con preocupación observamos un aumento de casos de violencia intrafamiliar y hechos de delincuencia. Esta dura realidad nos dice, que este tiempo es el mejor para discernir y tomar conciencia con radicalidad, “que la vida no puede desarrollarse al margen de Dios y de los demás” (Juan Pablo II a los jóvenes, 18.05.1988). Debemos decidir entre el egoísmo o la generosidad, optar por la construcción de un mundo más cristiano y más humano, cuidando de la integridad de las personas, velando por la vida de las familias, sumando los esfuerzos solidarios de todos para el pan, el techo, el trabajo, la salud y la educación. En esto estamos comprometidos en los muchos servicios de la pastoral social, familiar y educativa de la Iglesia.

La vocación cristiana es un llamado a una solidaridad más fuerte y comprometida. La felicidad es la conquista de los valientes, como San Roque González de Santa Cruz y sus compañeros mártires, que se animan al mayor amor (cf. Jn 15, 13), que prefieren dar su vida antes que dañar a otros, que optan por el amor por encima del placer, de la posesión y del poder terrenal.  Estos son los valores que necesitamos fortalecer en nuestras familias cristianas. Confiamos que esa valentía está en el corazón de nuestra juventud y de nuestra Iglesia. Por eso les exhortamos con las palabras del Papa Juan Pablo II: “¡Muchachos y muchachas del Paraguay! ¡No tengáis miedo a empeñar la vida por los demás! ¡No os acobardéis ante los problemas!” (Juan Pablo II, 18.05.1988).

La educación nos exige hoy creatividad para acompañar el proceso de aprendizaje con los medios telemáticos, así como los subsidios solidarios, ya que nuestro compromiso eclesial de educación se ve amenazado. Las instituciones católicas no quisieran que sus docentes engrosen la fila de desempleados y sus alumnos deban migrar a nuevas comunidades educativas. Estamos convencidos de dar un aporte valioso en la formación de nuestro pueblo, por lo que esperamos, que el diálogo con el Ministerio de Educación, suscite el reconocimiento y el apoyo necesario para no cerrar puertas y poder seguir en la delicada labor de dar formación, capacitación, valores y sentido a la vida de los hijos de nuestras familias.

  1. Inspiremos un liderazgo con una moral elevada, comprometido con la vida y con un nuevo Paraguay

En el diálogo con los constructores de la sociedad (17.05.1988), el Papa Juan Pablo II recordaba que la Iglesia no tiene las soluciones técnicas, económicas o políticas, pero sí ejerce su ministerio para cuidar la dignidad integral de la vida y de las personas (Sollicitudo rei socialis, 41). Nuestra misión de pastores y de todos los cristianos, es edificar una sociedad más sana en lo moral y llena de paz en la convivencia. La moralidad pública es el presupuesto que hace posibles los más grandes ideales de justicia, paz, libertad y participación. La falta de moralidad impide su realización, lastima la confianza y genera estancamiento y pasividad social.

La hora que vivimos debemos entenderla como el llamado de Dios para los que ocupan una posición de liderazgo y para todos los ciudadanos. Este llamado exige un diálogo constructivo y participativo, capaz de plantear respuestas nuevas a los grandes desafíos y a las amenazas que nos afectan y de impulsar una reforma del Estado, que contemple las necesidades de hoy y de mañana. Es la hora de tomar las decisiones correctas, de hacer los cambios necesarios y de plantear los planes adecuados para el desarrollo integral de nuestro país en beneficio de todos, con equidad, sin exclusiones ni privilegios, sin promesas vacías ni mentiras, sino con el realismo del compromiso de todos. Es tiempo de sanar los manejos corruptos y dar paso a los pedidos ciudadanos de una administración recta y justa.

El retorno de muchos hermanos connacionales al país requiere de medidas apropiadas desde el punto de vista sanitario, para darles seguridad a ellos y a la población residente. Más allá del aspecto de salud, su regreso debe ser una oportunidad para la fraternidad y la economía nacional.

  1. Como hijos de nuestra Virgen Santa, hagamos el compromiso de hacer lo que Jesús nos diga

El amor y la devoción que expresamos a nuestra Madre, la Virgen de Caacupé, a quien volvimos a consagrar a nuestro pueblo el pasado Viernes de Dolores, es el gran seguro de nuestro camino de conversión permanente hacia Cristo. Cuando peregrinamos física o espiritualmente a su encuentro, buscamos su abrazo maternal, su mirada comprensiva y su amparo, que abre nuestros corazones para escuchar su pedido: “Hagan lo que Él les diga” (Juan 2, 5). Ella no nos abandona en nuestra pobreza, en nuestra enfermedad, en las situaciones de olvido social, y nos pide que no nos desanimemos, que tengamos fe en su Hijo Jesús, que escuchemos su Palabra y sigamos juntos como sus discípulos.

Palabras finales

En el Año de la Palabra de Dios que celebra nuestra Iglesia en Paraguay, Dios ha buscado la forma de hacer más viva y presente la Buena Noticia. Los templos han estado vacíos, pero los púlpitos se han llenado de la Palabra de Vida Eterna. Esperamos que, respetando las medidas de higiene y bioseguridad necesarias, podamos pronto volver a reunirnos para compartir la fracción del pan y los sacramentos de la Iglesia. Mantengamos viva la fe, que no decaiga nuestro ánimo, como nos dijo San Juan Pablo II: “Que no se debilite ni se agote entre vosotros la fe en Dios y en Jesucristo, así como su amor” (Juan Pablo II, Encarnación, 18.05.1988).

Reciban nuestra bendición. Los llevamos diariamente en nuestros corazones y en nuestras oraciones, encomendándonos a las de todos ustedes, bajo la protección y amparo de nuestra Virgen Santa, Tupãsy Caacupe.

Asunción, 19 de mayo de 2020, en el centenario del nacimiento del Papa San Juan Pablo II.

Los Obispos del Paraguay

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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