MENSAJE DEL PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL PARAGUAYA

COVID-19: TIEMPO PARA  VIVIR LA FE, LA ESPERANZA Y LA CARIDAD

Hermanas y hermanos:

Para este tiempo litúrgico que la Iglesia propone a los fieles católicos, como tiempo para la oración, el ayuno y la caridad, por causa del coronavirus, se ha convertido en una CUARESMA UNIVERSAL, al decir en una carta del Abad General Mauro-Giuseppe Lepori: El mundo se ha detenido. Las actividades, la economía, la vida política, los viajes, el entretenimiento, el deporte se han detenido. La vida religiosa pública también se ha detenido. Es como un gran ayuno, como una gran abstinencia universal.

¿Qué nos quiere decir Dios a los cristianos? Que este, pues, sea un tiempo propicio para vivir con mayor intensidad, y ésto no puede detenerse en al ámbito de nuestros corazones y hogares, los hábitos que Dios infunde en nosotros, para que nuestras acciones se orienten conforme a la voluntad del Padre que solo quiere nuestro bien.

En la teología católica, se llaman virtudes teologales (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 1812) a los hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad de la persona para ordenar sus acciones a Dios mismo. Estas virtudes son: la fe, la esperanza y la caridad.  “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8).

La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. A él le rogamos: ¡Señor, yo creo, pero aumenta mi fe! Como creyentes debemos esforzarnos en conocer y hacer la voluntad de Dios. Él nos habla a través de los signos. Y nos pide una fe activa, creativa y solidaria.

La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 1818). Los cristianos no podemos dejarnos invadir por el desaliento, no podemos desfallecer: ¡Ánimo, Dios no nos dejará sin su auxilio!

La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (Catecismo de la Iglesia Católica 1822). Este es un mandamiento central de nuestra fe. No podemos decir que creemos en Dios si no mostramos nuestra fe con obras, asumiendo el compromiso de ser y actuar como prójimo, de los niños, de los ancianos, de los pobres; de los que han perdido su sustento diario, de los que requieren urgente una mano solidaria. Este es un momento para hacer el bien, como nos pide el Papa Francisco: Pidamos al Señor que, en este momento particularmente difícil para todos, podamos redescubrir dentro de nosotros su presencia que nos ama y nos sostiene, y de ese modo ser portadores de su ternura a cuantos nos rodean con obras de cercanía y de bien. 

En este punto, coincido con el Abad Lepori en que una primera obra de caridad a la que estamos llamados hoy es seguir las indicaciones de las autoridades civiles y eclesiásticas para contribuir con la obediencia y el respeto a una rápida resolución de esta epidemia.

Nunca como ahora hemos sido llamados a darnos cuenta de cuánto la responsabilidad personal es un bien para todos. Quien acepta las reglas y el comportamiento necesarios para defenderse del contagio contribuye a limitarlo para los demás. Sería una regla de vida a observar en todo momento, a todos los niveles, pero en la emergencia actual está claro que todos somos solidarios para bien o para mal.

Estas difíciles circunstancias que nos toca enfrentar y vivir como país nos está dejando una gran y esperanzadora lección: es posible alinear voluntades y esfuerzos de todos los sectores de la sociedad por una causa común. En esta crisis, Paraguay ha mostrado que puede hacer bien las cosas y ser ejemplo para el mundo. Este no es un dato menor. Hay motivos para creer que somos capaces de superar los mayores obstáculos si dejamos de lado el egoísmo, los intereses sectoriales y particulares, para asumir el prioritario compromiso con la salud y el bien común de la nación. Anotemos esta lección para los desafíos que nos esperan en trabajar por una sociedad con mayor equidad, con sentido de responsabilidad y solidaridad, pues todos estamos en el mismo tren, sin diferencia de clases sociales, partidos políticos, edad, sexo o religión. Somos todos prójimos y hermanos.

Aumentemos nuestras oraciones unos por otros, para no decaer ante los estragos de esta tormenta y superar los miedos que paralizan, para que el Señor nos ayude a calmar nuestros corazones, intensificando, con su ayuda, la fe, la esperanza y la caridad, que serán el antídoto necesario para superar con éxito la situación de esta crisis causada por la creciente y amenazante  epidemia.

Pidamos la intercesión de San José, protector de la familia, y de nuestra madre María Santísima; recemos el rosario en familia y novenas. Nos encomendamos a la Virgen de los Milagros de Caacupé, que como Madre sea nuestra defensa, refugio, amparo y defensa ante esta epidemia.

Imploro para cada persona, para cada familia, para nuestro querido Paraguay la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Villarrica, 18 de marzo de 2020.

+Adalberto Martínez Flores, Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya.

Mensaje del Presidencte de la CEP – COVID-19

 

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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