INSTRUMENTOS DEL REINO PARA LA TRANSFORMACIÓN DEL PARAGUAY Descargue el pdf

Hermanos y hermanas:

Que hoy celebremos el Día Nacional del Laico no es casualidad. El Señor, en su infinita providencia y sabiduría, quiso que esta jornada coincida con el día en que la liturgia de la Iglesia proclama su reinado universal.

La historia de la salvación nos muestra que Dios siempre ha querido hacerse presente en el mundo por medio de los hombres y mujeres que han sido instrumentos de su Reino y de los valores de su Reino en medio de la humanidad.

El lema del Congreso que nos reúne en esta primera recordación del Día Nacional del Laico, a la vez que es un reconocimiento a la importancia del laicado como miembros de la Iglesia, esenciales para la evangelización, quiere ser una invitación y un programa permanente para los fieles laicos del Paraguay: “ser sal y luz del mundo”.

En su catequesis del 13 de noviembre pasado, el Papa Francisco, retomando las palabras de Benedicto XVI, resaltaba que los laicos son el humus, es decir, el abono necesario para el crecimiento de la fe.

Sin laicos comprometidos con su fe en Jesucristo, que a partir de su bautismo están dispuestos a ser sal y luz para transformar su vida, la de su familia, la de su comunidad y la del país, no será posible que el Reino de Dios se haga presente y operante en nuestra Iglesia y en la sociedad paraguaya.

Es urgente tomar conciencia de la necesidad del protagonismo de los laicos para que nuestra evangelización sea eficaz, desde un modelo de Iglesia en salida, misionera, que no teme mezclarse con el mundo para que, desde los valores del Reino, contribuya a transformar las situaciones de pecado que oprimen a nuestro pueblo: la corrupción, la inequidad, la violencia silenciosa de la pobreza que excluye y descarta a los más débiles, niños y ancianos, indígenas y campesinos, jóvenes sin oportunidades ni horizonte para sus vidas, familias desestructuradas, agresión al medio ambiente, entre otros males que deben ser iluminados desde el Evangelio.

Los laicos que viven en coherencia con la fe recibida en el bautismo en sus ámbitos cotidianos de acción son los que harán posible que se cumplan las escrituras: que los ciegos ven, que los sordos oyen, que los paralíticos caminan, que ha llegado la libertad para los oprimidos, porque se ha sido proclamado un año de gracia del Señor (cfr. Lc 4, 18-21; Mt 11,5).

Queridos hermanos y hermanas, ustedes deben ser la luz y la sal de la tierra, como dice el lema del Congreso. Pero si la sal no cumple su función o guardan la luz de su fe en la intimidad de sus conciencias, o en los límites de sus respectivos movimientos, o entre las paredes de los templos, ¿cómo llegará el Reino de Dios a la sociedad? Recordemos las palabras de san Juan Pablo II en su visita al Paraguay: “No se puede arrinconar a Dios en las conciencias y a la Iglesia en los templos.” Brillen con la luz de la fe delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y así glorifiquen al Padre que está en los cielos (cfr. Mt 5, 13-16).

El Concilio Vaticano II enseña que el divorcio entre la fe y la vida es un grave error. No se debe crear una falsa oposición entre las obligaciones profesionales y sociales y la vida de fe. El cristiano que falta a sus obligaciones con las realidades sociales, falta a sus deberes con el prójimo; falta sobre todo a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su salvación eterna. Cada cristiano debe ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar,  profesional, científico o técnico, con los valores de la fe en Cristo, para mayor gloria de Dios (cfr. Gaudium et spes, N° 43).

La medida de nuestra salvación es el amor al prójimo. Cristo, Rey del Universo, al final de los tiempos nos juzgará por el amor: tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber; estuve enfermo o en la cárcel y me visitaste; estuve desnudo y me vestiste; fui migrante y me acogiste (cfr. Mt 25, 35-36). Esta caridad no solo debe darse en las relaciones personales, sino que es decisivo llevarlo al plano de las transformaciones sociales que se requieren para que todos tengan vida y la tengan en abundancia (cfr. Jn 10,10). Allí, el protagonismo de los laicos es irrenunciable.

Acompañemos y colaboremos con el Papa Francisco en su deseo de impulsar las orientaciones del Concilio Vaticano II, que confiere a los laicos una misión fundamental en el diálogo de la Iglesia con el mundo para transformar las realidades temporales que condicionan la dignidad y la felicidad de la persona humana.

Que este Congreso, y la primera conmemoración del Día Nacional del Laico, sea una ocasión propicia para emprender con decisión y coraje una evangelización renovada para hacer realidad el Reino de Dios en el Paraguay al servicio de la vida plena de nuestro pueblo.

Caacupé, 24 de noviembre de 2019, Solemnidad de Cristo Rey

+ Adalberto Martínez Flores, Obispo de Villarrica y Administrador Apostólico de las FF.AA. y la Policía Nacional, Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya.

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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