1. La fiesta de hoy de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María cae en Adviento. El Adviento, es un tiempo de preparación litúrgica de la Navidad y es propicia para reflexionar sobre la Palabra de Dios.

Llegar a la Navidad sin preparación alguna, es una oportunidad perdida, que pudo haberse utilizado para crecer en la fe práctica, en amor que se expresa en obras, en esperanza orientada hacia nuestro Salvador que vuelve y quiere alojarse en cada corazón y desde allí ayudar a transformar a los hombres y a la sociedad con los valores del Reino. Nosotros esperamos una segunda venida del Señor. Y seremos examinados en el amor, por lo tanto hay que estar preparados.

Se nos invita a un cambio y a la conversión; se nos propone un giro en nuestra existencia, para vivir con mayor dignidad nuestra condición de seres humanos, como hijos de Dios. El Adviento de este año sirve de punto de partida a comprender mejor su Palabra. Como dice el Salmo 104: La palabra de Dios lo inflamaba (Sal 104,19); de ahí el lema para el año 2020 es: ¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las escrituras? (Lc 24, 32). Por eso nuestro tema de hoy es: María y la Palabra de Dios.

  1. Si a lo largo de la historia, tantos y tantos cristianos han sobresalido en su vivencia de la Palabra de Dios, sin duda alguna, que entre todos ellos sobresale María de Nazaret, la Santísima Virgen María, la Madre de la Palabra hecha carne. Parafraseando a su Hijo Jesús, bien podemos decir «dichosos quienes, como María, escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Ella es la Madre de la Palabra, la Virgen de la escucha, el Modelo de la fidelidad a las Sagradas Escrituras y la prueba de su fecundidad y de su amor.

Inmaculada desde su concepción, María vivió  inserta y absorta en la Palabra Dios, en su escucha y en su acogida. Conservaba y meditaba en su corazón todo lo que había visto y oído, permaneciendo siempre fiel porque creyó en la Palabra: «Dichosa, tú, María, que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

Solo Desde la escucha orante y atenta de la Palabra de Dios fueron posibles su «sí» en la Encarnación y posterior visita de caridad a su prima Santa Isabel. Solo porque se fió de esta Palabra, la misma Palabra floreció en sus entrañas y germinó en el Hijo de Dios e Hijo suyo, Jesucristo nuestro Señor. Solo desde la confianza y la espera en el Dios de la Palabra, María recorrió los valles oscuros de su vida como la huida a Egipto, las palabras del anciano Simeón que le anunciaba que un espada de dolor atravesaría su alma y la escena de la perdida y hallazgo de su Hijo, todavía Niño, en el templo.

Y María siguió en la escuela de la Palabra durante los largos, cotidianos y anodinos años de la vida oculta de Jesús, recreando en su corazón aquellas palabras de la Anunciación, de la Visitación, de la Natividad y de la Presentación. En el silencio de aquellos interminables años, María siguió sintiendo y experimentado que Dios habla en soledad sonora y fecunda en el silencio, en la cotidianeidad y en la prueba.

María se convirtió, desde el cedazo de la Palabra, en la primera anunciadora e intercesora de su Hijo en las bodas de Caná cuando, por su mediación, se obró el milagro de la transformación del agua vino mediante aquel su «Hagan lo que El les diga».

María fue presentada por Jesús como modelo de aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen y que, por ello, se convierten también en su nueva familia.

Fiel a la Palabra, María acompañó a su Hijo en las horas más amargas del Vía Crucis y del Calvario, donde fue entregada al apóstol San Juan como Madre de la Iglesia, la nueva humanidad. Y al pie de la cruz y del descendimiento más doloroso permaneció María con el cuerpo muerto de su Hijo entre sus manos en plegaria viva y lacerada de esperanza. Y en una nueva escucha de la Palabra, tras la Resurrección de Cristo, María guió y acompañó a los apóstoles en Pentecostés.

Y sin duda, meditando todas estas cosas en su corazón, María fue hallada en el crepúsculo por el arcángel Gabriel, quien, en aquella hora de la tarde y del fin de labores, le reclamaba, de nuevo, el «sí» ya definitivo para su Asunción.

  1. Hoy les hacemos llegar nuestra palabra para compartir con todos ustedes nuestras reflexiones, nacidas de preocupaciones que nos son comunes. Es imprescindible y urgente, responder a los compromisos pastorales asumidos para ordenar y vigorizar la acción evangelizadora de la Iglesia en nuestra Patria. Deseamos hacer brillar el amor a la verdad y la adhesión a la Iglesia de Cristo. Con ese ánimo hablamos y con ese ánimo esperamos ser escuchado.

Una detenida reflexión y nuestra oración nos ha llevado a estas consideraciones que queremos compartir.

En estos momentos aparece con toda su dramática urgencia la necesidad de la plena vigencia de una Justicia respetable y eficiente. Si no, ¿ adónde recurrir para probar nuestra culpabilidad o inocencia? Los tribunales de justicia nacieron en la sociedad de los hombres para superar la ley de la selva; para hacer innecesaria la violencia, para asegurar el derecho y la convivencia. Toda ola de inseguridad y violencia debe llevarnos a pensar en la administración de la justicia. Hace tiempo venimos reclamando un saneamiento de nuestros Tribunales; es necesario que, en nuestro país, los jueces y fiscales recuperen credibilidad.

Ninguna paz es estable mientras no se asegure una justicia incorruptible, competente, eficaz. Si no, ¿adónde acudiremos?¿Volveremos a hacernos justicia por manos propias? La recta administración de la justicia es la máxima aspiración del hombre.

Somos testigos de la angustia de nuestros fieles que se sienten huérfanos ante una justicia que muchas veces no encuentran. Necesitamos el imperio de la justicia insobornable, de la igualdad ante la ley justa. Es urgente el respeto a la verdad y a la persona humana. “El Señor juzgará a los pueblos por su verdad”.

  1. El Señor nos llama, nos congrega y nos enseña, y con más razón y fuerza hoy en el día de nuestra Madre,  la Inmaculada, ñande Sy Guazu de todo  el Paraguay;  para que con la ayuda de Ella,  quien es también su Madre, nos despeguemos ,  desprendamos y soltemos de las cadenas  del egoísmo, de pequeños y grandes rencores, del individualismo que nos cierra y lleva a las faltas de amor, de prejuicios que nos cierran y nublan la vista, pero especialmente de la  deshonestidad. En esta gran fiesta debemos encontrarnos con un corazón más limpio, dispuesto, abierto, sincero  y por sobre todo un corazón  honesto. En la intimidad y la profundidad del corazón, debemos sentir esa llamada a una mayor pureza y honestidad interior.  A veces puede costarnos reconocer ante Dios los pecados, las debilidades, flaquezas y los errores, esas carencias no ayudan  a  lograr pensar y actuar con sinceridad de corazón, no nos permite llamar a cada cosa o situación  por su nombre. Dios toma nuestros pecados, porque es lo que nos separa de Él y de los demás, lo que nos hace sufrir, lo que impide una verdadera vida cristiana, una vida honesta, honrada, características y virtudes que encontramos en el ejemplo de nuestra Madre, la Inmaculada, la libre de manchas.

Para sentir a Dios más claramente entre nosotros debemos volver  y  seguir  apostando  con todas nuestras fuerzas por la honestidad en todos los niveles, tanto de parte de gobernantes,  como de gobernados; de parte de las autoridades y en gran medida,  también del pueblo, porque los gobernantes son y provienen del pueblo. Dice Dios: Los escogerás de entre todo el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres veraces que aborrezcan las ganancias deshonestas, y los pondrás sobre el pueblo como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez (Ex 18, 21).

Hoy más que nunca necesitamos reconquistar este supremo  y divino  valor, que posibilita, la credibilidad y la confianza mutua, condicionamientos esenciales en la construcción comunitaria de una renovada  sociedad.  Debemos hacer  siempre nuevas  todas las cosas, y en esa tarea la esencia es actuar  con honestidad.

La honestidad es una virtud moral y cívica necesaria para el hombre. Cuando la deshonestidad se instala,  y se empodera  especialmente  en la administración pública, no hay recursos que lleguen para programas de desarrollo y de mejora de las condiciones de vida del pueblo; grandes cantidades de caudales desaparecen por canales ocultos y mediante procesos más habilidosos, que son los llamados popularmente como concursos amañados. La forma, sin embargo, más confusa y perversa de deshonestidad es aquella que se identifica con la viveza. El honesto pasa a ser considerado como el ingenuo, el zonzo,  el que no sabe aprovechar las oportunidades. Cuanto mayor poder concentra un régimen en las manos de sus dirigentes, o un sindicato o coordinadora en sus líderes, tanto mayor es la tentación de la deshonestidad.

Honestidad en el manejo de la cosa pública, honestidad en la palabra dada, honestidad en los proyectos y presupuestos, honestidad profesional y en la propia vocación regalada por el Señor. Honestidad en la información. Y mucha inteligencia en no dejarse engañar ni manipular.

Esta campaña por la honestidad, ha de realizarse en forma transversal en todas nuestras actividades:  empezando desde la familia y la sociedad toda,  desde el más humilde al más encumbrado, permeando luego  en las actividades de todas las instituciones.

El “Paraguay que tanto anhelamos, soñamos” debe estar marcado por la honestidad de todos sus ciudadanos. Esta exclamación sale desde el fondo del alma de todo paraguayo que ama sinceramente a su patria. Sin honestidad, sin transparencia, sin pureza de intenciones y limpieza en las acciones, ¿cómo vamos a construir el país que soñamos?

Adán y Eva escucharon la voz de la Serpiente, del Antiguo Dragón, y llevaron a su corazón esa palabra venenosa. La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: “¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín?” (Gn 3,1), así cayeron en la desobediencia de Dios y quedaron sometidos al pecado y a la muerte. Hoy, como al comienzo de la creación (Gn 3, 15 – 20) (1a Lect.) la serpiente sigue siendo tentadora: nos tienta con el dinero, nos tienta con el poder, placeres, nos tienta con el tráfico y consumo de droga, nos tienta con los vicios. . . La serpiente sigue moviéndose, no descansa.

Es por ello que la honestidad debe ser como el aire que respiramos! Necesitamos más que nunca que este valor cruce transversalmente todas las actividades del Gobierno y de la ciudadanía, donde las autoridades nacionales y los miembros de la Iglesia seamos los primeros en llevarlo a la práctica. “Estas son las cosas que deben hacer: digan la verdad unos a otros, juzguen con verdad y con juicio de paz en sus puertas, no tramen en su corazón el mal uno contra otro, ni amen el juramento falso; porque todas estas cosas son las que odio” –declara el SEÑOR (Zac 8, 16 – 17).

  1. La fiesta que celebramos hoy, la Inmaculada, es “comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura” (Prefacio), precede siempre al pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos (cf.Lumen gentium, 58; Redemptoris Mater, 2).
    A ti, Virgen Inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, renovamos hoy, de modo especial, la consagración de toda la Iglesia y de nuestro país. Guía tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios.

    Acompaña Madre Santísima a todos los cristianos por el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la verdadera belleza, que es siempre huella y reflejo de la Belleza divina. Obtén tú, una vez más, paz y salvación para todo nuestro pueblo. Al Padre eterno, que te escogió para ser la Madre inmaculada del Redentor, queremos implorarle que te ponga a ti, Madre María en nuestro camino como luz que nos ayude a convertirnos también nosotros en luz y a llevar esta luz en las noches de la historia. Así sea. Amén.

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Caacupé, 8 de diciembre de 2019

 

                                                                        Monseñor Ricardo Valenzuela Ríos

                                                                                Obispo de Caacupé

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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