Monseñor Adalberto Martínez, Presidente de la CEP con sus pares en Ciudad del Vaticano, Roma

Abusos sexuales: Sanar, prevenir y proteger

Del 21 al 24 de febrero de 2019, el Papa Francisco nos ha convocado a Roma a Obispos, religiosos y laicos, de todos los rincones del mundo, incluidos los que provenimos de las periferias geográficas, como el Paraguay,  para entender, asumir y corregir el pecado grave, el crimen de los abusos sexuales cometidos contra menores y personas vulnerables en la Iglesia.

Hemos tenido la oportunidad de escuchar los testimonios dolorosos de las víctimas, que en su momento no han sido escuchadas ni atendidas con misericordia y justicia. Estos testimonios nos condujeron a las periferias existenciales de la Iglesia que, en palabras de Su Santidad, implica llegar a las periferias del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.

¿Puede haber mayor pecado, dolor, injusticia y miseria que la agresión y el abuso contra los menores y los adultos vulnerables en la Iglesia y en la sociedad? La sentencia del Señor es contundente: “Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al fondo del mar. ¡Ay de quienes son ocasión de pecado en el mundo!”. (Mt 18,6-7)

Debemos reconocer, avergonzarnos y pedir perdón porque nuestra conducta frente a los abusos ha respondido más a la lógica de la autopreservación de la Iglesia que al espíritu del Evangelio. Y en no pocos casos se los ha tolerado y se los ha encubierto, profundizando el dolor de las víctimas, siendo motivo de escándalo para los pequeños y poniendo en riesgo la credibilidad y la misión evangelizadora de la Iglesia

Si bien en los años anteriores ya ha habido una importante reacción de la Iglesia para luchar contra el flagelo de los abusos sexuales cometidos dentro de la comunidad eclesial, la decisión del Santo Padre, acompañada por todos los presidentes de las Conferencias Episcopales, en representación del episcopado del mundo, nos lleva a asumir el compromiso en favor de la dignidad de la persona humana, imagen y semejanza de Dios, dando una respuesta contundente ante los abusos sexuales, procediendo con prontitud, trasparencia y justicia. En nuestras instituciones no puede ni debe existir lugar para los abusadores, ni para quienes los encubran.

Las medidas que hasta la fecha se tomaron para evitar el encubrimiento en casos de abusos sexuales contra menores y personas vulnerables, cometidos por clérigos o laicos que ejercen funciones en las instituciones pertenecientes a la Iglesia Católica, y la aplicación de directrices preventivas como medio de intervención en la problemática, constituyen solo la fase inicial de la respuesta a este serio problema, que avergüenza y golpea duramente a nuestras comunidades cristianas.

Debemos comprender que el abuso sexual de menores es un mal que existe en toda la sociedad, y no sólo en la institución eclesial; por ello la respuesta de los Pastores no puede limitarse a esfuerzos tendientes a construir espacios seguros al interno de la Iglesia. Si bien esa es nuestra primera responsabilidad, urge impulsar acciones para adoptar medidas de protección contra los abusos de menores y personas vulnerables en todos los ámbitos en los que podamos intervenir en la sociedad.

Frente a esta “herida abierta en el corazón de la Iglesia”, debemos continuar con el proceso de sanación y para ello vemos fundamental el sincero compromiso de los Pastores con las víctimas, quienes han sido dañadas por personas que debían estar a su cuidado y que se han aprovechado de su posición de autoridad para cometer estas atrocidades.

No basta con realizar denuncias ante los organismos eclesiales y estatales respectivamente, es urgente encontrar espacios que permitan estar cerca de las víctimas y de sus familias; así como en el acompañamiento sostenido e integral a las comunidades afectadas. El Papa Francisco nos decía en su alocución el día de hoy: Por lo tanto, la Iglesia tiene el deber de ofrecerles (a las víctimas) todo el apoyo necesario, valiéndose de expertos en esta materia. Escuchar, dejadme decir: “perder tiempo” en escuchar. La escucha sana al herido, y nos sana también a nosotros mismos del egoísmo, de la distancia, del “no me corresponde”, de la actitud del sacerdote y del levita de la parábola del Buen Samaritano.

La sanación, prevención y protección irrestricta de la dignidad de las personas, sobre todo de los niños y adolescentes, así como del prójimo más vulnerable, exigen una auténtica conversión pastoral y personal de los clérigos, religiosos, agentes pastorales, educadores y colaboradores de la Iglesia. Debemos volver a las fuentes del Evangelio, seguir las actitudes del Maestro y vivir el espíritu de las bienaventuranzas.

El Espíritu Santo nos guíe e ilumine en esta impostergable y urgente tarea.

Ciudad del Vaticano, 24 de febrero de 2019

+ Adalberto Martínez Flores, Obispo de Villarrica, Presidente de la CEP

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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