219° Asamblea Plenaria de la  Conferencia Episcopal Paraguaya

9 de noviembre de 2018

“Para dar mucho fruto” (Jn 15, 8)

Carta Pastoral al inicio del tercer año del Trienio de la Juventud: “Abrazarse a Cristo Jesús”.

Queridos jóvenes,

Qué hermosos sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación…”(Is 52,7).

Estas palabras del Profeta Isaías, expresan nuestro sentir de Obispos, y el de toda la Iglesia en Paraguay, al recordar los pasos de tantos jóvenes en los dos primeros años del camino del Trienio de la Juventud. Su fe, su fidelidad, su entrega, su compromiso eclesial y social, sus vidas con sus luces y sus cruces asumidas con amor son una bendición y una inspiración para nuestra Iglesia. ¡Gracias por su sí a Cristo! ¡Gracias por esos líos valientes que inspiran a crecer!

El tercer año del Trienio está a las puertas. Cerramos un ciclo, pero continúan los desafíos.  De estos dos años hemos aprendido a salir al encuentro de hermanas y hermanos nuevos, buscando la amistad con Cristo (primer año: “Ustedes son mis amigos”); también hemos contemplado dentro de esas mismas experiencias los signos de la presencia de Dios, lo que nos ha ayudado a arraigarnos más en Jesús, a permanecer en él (segundo año: “Permanezcan en mí”).  Confiamos que todo el empeño de los años anteriores encontrará en el tercero su proyección, marcando el camino de un tiempo de realizaciones, no solamente de promesas. Cristo quiere que seamos fecundos en obras buenas y santas. Nos invita a interiorizar las experiencias vividas y convertirlas en compromisos asumidos.  Sabemos que este proceso requiere el acompañamiento de personas significativas que se hacen compañeros y compañeras, iluminando el camino de las experiencias con la luz de la Palabra. Como Pastores, queremos también caminar con ustedes en este año, para que juntos demos los frutos que necesita la Iglesia y el mundo.

Un árbol bueno da frutos buenos, un árbol malo da frutos malos. Por sus frutos los reconocerán” (Mateo 7, 18.20).

Nos alienta ver en ustedes a la Iglesia joven, alegre y misionera, asumiendo su vocación cristiana.  Los jóvenes están en todos los ámbitos de la vida social: en el trabajo, en el estudio, en la vida familiar, en el deporte, en el arte, en la amistad, en la militancia social, en los debates públicos, en las comunidades juveniles, en las redes sociales, en los medios de comunicación, etc. En todos estos ambientes, ustedes siembran el dinamismo de la fe, la amistad fraterna, fermentos que transforman la sociedad en civilización del amor, inflamándola con la fuerza del Espíritu del Resucitado: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo…y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra”(Hch 1,8).  También hay muchos jóvenes que no acceden a esos ámbitos de compromiso y se sienten excluidos. Nos toca seguir saliendo a su encuentro para compartir la amistad con Cristo.

La amistad con Cristo nos anima también a renovar la vida familiar.  Un fruto importante de nuestro Trienio es el fortalecimiento del compromiso a ser presencia de perdón y reconciliación en la comunidad familiar.  Sentimos las alegrías pero también los dolores, las carencias, las crisis que afectan a la familia. Aún cuando está más frágil y sufre tantos ataques, la familia sigue siendo de importancia primordial en la vida de los jóvenes.  Demos muchos frutos concentrando esfuerzos en construir nuevas familias cristianas, que sean cuna de hombres y mujeres felices y fuertes, constructores de paz.

La familia y la juventud reflejan nuestra salud social. Sentimos los ataques de la precariedad en el trabajo, las carencias de nuestro sistema educativo, el ambiente consumista.  También se manifiestan crisis en el proceso de la identificación de los jóvenes, influenciados por el exitismo individualista, la auto-realización egoista, y la ideología de género. Ante esto, anunciamos la Buena Noticia de que somos hijos de Dios, creados a su imagen, varón y mujer, y también la alegría de la vida como vocación descubierta en apertura a Dios y a los demás.

El fruto de la luz es bondad, justicia y verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor” (Efesios 5, 9-10).

El reciente Sínodo “Jóvenes, Fe y Discernimiento Vocacional” invita a los jóvenes a un renovado ejercicio de discernimiento: descubrir lo que Dios les pide y espera de ustedes. Promover el bien común, luchar por la justicia y defender la verdad son compromisos que todos debemos asumir para construir un Paraguay nuevo. Esto  exige decidirnos a favor de la vida, especialmente la más frágil y amenazada, evitar el uso egoísta de los bienes y construir la convivencia social en la paz.

De la luz interior que Cristo regala nace la vocación cristiana: vivir como discípulos de Cristo, enviados a compartir la alegría del Evangelio. Es el llamado a la santidad, en todas las formas de vida cristiana. ¡Anímense al sí más grande de un compromiso radical! También cuando Jesús los invita a la vida consagrada, a la vida sacerdotal y a toda vocación que exija de ustedes un poco más de lo ordinario, estén seguros que Él da mucho más.

La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den mucho fruto, y así sean mis discípulos” (Juan 15, 8).

Los discípulos y misioneros que juntos, desde la experiencia vital y sacramental de Cristo, inspiran y sostienen la renovación de la Iglesia ya son el fruto que da gloria al Padre. La conversión pastoral, desde la alegría evangélica y el amor comprometido con el prójimo y la Casa Común, está viva en ustedes.  Fuertes con estas experiencias sólidas, ¡no duden en comprometerse a fondo con la vocación misionera y las obras de misericordia!

Desde nuestra fe, como Iglesia, Dios nos llama a ser constructores de una renovada cultura, en sus contenidos, en sus formas y en su espíritu. Protejamos de todo tipo de abusos a personas vulnerables, contruyamos la cultura del respeto, de la transparencia, de la cooperación y la solidaridad. En el encuentro y el diálogo, con valores y principios morales vividos, con compromiso, trabajo y servicio, sostengamos la esperanza y hagamos realidad esa cultura donde Dios es todo en todos (cf. 1 Corintios 15, 28).

Queridos jóvenes, querida Iglesia Joven: El Trienio es un tiempo de gracia para todos. ¡Vivamos abrazados a Cristo como un solo cuerpo! A María, la Madre fecunda de los que son de Cristo, volvemos a dirigir nuestra súplica confiada, para que desde su abrazo maternal, seamos siempre uno en Cristo, un solo corazón, un sólo espíritu, una sola Iglesia.

Reciban nuestra bendición, recen por nosotros, nosotros rezamos por ustedes.

 

Los Obispos del Paraguay

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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