Foto: Arnold García. Facebook

Monseñor Oscar Páez Garcete recibió la ordenación episcopal el 5 de junio de 1978 y se convirtió en el primer Obispo de la Diócesis de San Pedro Apóstol, creada ese año por el Papa Pablo VI con territorio desmembrado de la Diócesis de Concepción. Estuvo 15 años en San Pedro y 10 en Alto Paraná. Sus últimos años los pasó en Concepción.

Inició su misión pastoral visitando gran parte de los pueblos de la diócesis de San Pedro, las sedes parroquiales y las comunidades campesinas que podía. Anhelaba conocer a la gente, poder hablar con ellos y tener tiempo para escucharlos a todos. Se comprometió a escribir una carta mensual a sus feligreses, para mostrar siempre esa cercanía que lo caracterizó. Les escribía en castellano y en un asombroso guaraní. Todos podían entenderle por la claridad de sus pensamientos  y la sencillez de sus palabras.

Desempeñó un papel sumamente importante en la creación de la Universidad Católica de Concepción y fue Decano de la Facultad de Ciencias Contables y Administrativas. Más tarde se convirtió en asesor de la Pastoral Social Nacional y Diocesana, hasta su muerte. Fue también Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya.

El comunicador Ladislao Mello, que trabajó por mucho tiempo como secretario ejecutivo de Pastoral Social Nacional, recuerda que por su entrega y responsabilidad fue designado Presidente de Cáritas de América Latina y el Caribe.

Monseñor Páez siempre hablaba de la importancia de la comunidad, y este era un tema recurrente también en sus cartas:

Debemos construir la Iglesia, edificar la comunidad y lo hacemos con nuestra vida, con nuestros actos, con nuestros procedimientos. Somos responsables de nuestros hermanos, de su bien, de su vida, de su crecimiento y de la sociedad, según nuestras posibilidades.

Debemos procurar el bien común, la oportunidad, las facilidades y los bienes para ser y crecer para todos y, además, asegurar la asistencia y la ayuda para los más necesitados e imposibilitados.”

Animaba a las comunidades a encabezar iniciativas, tales como mingas, cooperativas, academias; a resolver entre todos los problemas de las escuelas, los caminos, del templo; a organizar actividades de recreación y fiestas patronales. No se cansaba de decir y vivir el “Oñondivepa” (todos juntos).

Así como anunciaba el Evangelio, denunciaba las injusticias y ya en los años 80’ manifestaba su preocupación por los daños contra la Ecología. Sobre los males que afectan a las personas decía:

“El pecado no consiste solo en hechos aislados y circunstanciales, de que en el mundo, la sociedad actual se encuentran verdaderos ambientes y climas propicios al pecado. Hay situaciones y estructuras sociales que de por sí llevan al pecado, al desorden social (…) hay, además, actitudes y procedimientos colectivos, de grupos, de naciones, de grupos de naciones, que están abiertamente en contra del Plan de Dios, de la justicia y de las exigencias del amor.”

Es clara su visión sobre el compromiso cristiano: “Nuestro compromiso cristiano, de ningún modo, por ningún capítulo, puede ser algo meramente privado o de relación exclusiva con Dios y nada más. Si nuestro compromiso cristiano es verdadero, si es auténtico, necesariamente tiene su repercusión externa, comunitaria y social.”

Durante su episcopado se ocupó también de la formación de jóvenes, de matrimonios y catequistas. Entre el 2000 y el 2003 aportó en la elaboración del material “Orientaciones para la Catequesis en el Paraguay”.

Monseñor Páez dio a conocer a las comunidades de Concepción y San Pedro los puntos esenciales de la Doctrina Social de la Iglesia, porque él los tenía como centro de su labor pastoral. Ladislao Mello recuerda al respecto:

“Tenía muy clara la visión de la Iglesia Evangelizadora y esquematizaba con sencillez y claridad las tres vertientes de la evangelización: La dimensión profética que anuncia y denuncia, la dimensión de la celebración de la fe y la dimensión testimonial. Si alguna de estas dimensiones faltara la evangelización resultará incompleta, decía.

También tenía muy claro el fundamento del derecho a la propiedad de la tierra, en un país como el nuestro, donde se les está arrebatando la tierra a campesinos e indígenas, privándoseles de un medio vital de vida digna y supervivencia. Recordaba en todas las ocasiones que sobre toda propiedad pesa una hipoteca social, por eso la propiedad no puede ser absoluta, afirmaba. Era contundente su afirmación de que el derecho a la propiedad no es solo el derecho de los propietarios, sino también un derecho de los que no poseen la tierra.”

Monseñor Oscar Páez decía siempre que “nuestro cristianismo no consiste en saber el catecismo, las oraciones, es también vida, donde vivimos, en la ciudad, en el campo, en donde sea”.

“Opytu’u ñande Orove Guasu” (descansó nuestro tesoro mayor), sentenció Arnold García, un joven sampedrano que conoció a Monseñor Páez, cuando supo de su fallecimiento, porque este pastor nunca había dejado de trabajar.

Por CEP

Conferencia Episcopal Paraguaya

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